Autor: Azaroff, Gabriel/ Regata Científica segunda edición 2024, embarcación Cruz del Sur.
En
un contexto global donde las playas enfrentan crecientes amenazas por la
actividad humana y el cambio climático, su gestión adecuada se ha convertido en
una necesidad urgente. Las playas, ubicadas en el delicado límite entre el
continente y el océano, no solo son lugares de recreación, sino barreras
naturales que protegen las áreas terrestres de tormentas y mareadas. Sin
embargo, estas líneas costeras están siendo transformadas rápidamente por la
erosión, el ascenso del nivel del mar y las intervenciones humanas, lo que pone
en peligro su capacidad protectora. Ante esta situación, evaluar y fortalecer
los indicadores de protección de las playas es una tarea esencial para mitigar
los impactos y asegurar su sostenibilidad.
Pese
a los desafíos, el análisis sistemático de los indicadores de protección
costera abre un abanico de oportunidades para mejorar la resiliencia de las
playas. Estas métricas, que incluyen elementos como la anchura de la playa, la
pendiente, el estado de las dunas y la presencia de ecosistemas subacuáticos
como arrecifes y marismas, permiten evaluar cómo una playa disipa la energía de
las tormentas y protege el entorno terrestre. Además, factores como el
equilibrio de sedimentos y la exposición al oleaje ayudan a comprender los
procesos naturales que afectan la estabilidad de las líneas de costa. Contar
con estas herramientas brinda a las comunidades costeras y los gestores
ambientales una base sólida para implementar estrategias efectivas de
conservación.
A
pesar de los avances en la identificación de indicadores protectores, existen
importantes vacíos en su comprensión y aplicación práctica. Muchas evaluaciones
no consideran de manera integral los efectos combinados de las modificaciones
humanas, como la urbanización y las obras de ingeniería dura, junto con los
procesos naturales de las playas. Además, la falta de datos sobre cómo las
playas urbanas responden a las alimentaciones artificiales de sedimentos o a
los cambios en el tamaño de grano limita la capacidad de tomar decisiones
informadas. Este desconocimiento genera riesgos de aplicar medidas que no
abordan las causas subyacentes de la degradación costera, perpetuando problemas
como la erosión y la pérdida de biodiversidad.
Para
abordar estos vacíos, la educación no formal emerge como una herramienta clave.
Talleres, cursos especializados y programas de sensibilización pueden empoderar
a las comunidades locales y los tomadores de decisiones, fomentando una gestión
costera basada en evidencias. Es fundamental promover la investigación
participativa, donde expertos y habitantes trabajen juntos para recopilar datos
sobre indicadores como el estado de las dunas o la vulnerabilidad a la erosión.
Iniciativas como la restauración de dunas y manglares, la implementación de
arrecifes artificiales y la reducción de superficies impermeables también
pueden ayudar a aumentar la resiliencia de las playas. Estas acciones no solo
contribuyen a la protección costera, sino que refuerzan los lazos entre las
personas y sus entornos naturales.
Frente a los desafíos que enfrentan nuestras playas, todos podemos ser parte de la solución. Invito a los lectores interesados en la gestión costera a formarse en cursos como el ofrecido por el Centro Internacional de Formación en Gestión y Certificación de Playas, donde se profundiza en los indicadores de protección y su aplicación práctica. Asimismo, unirse a redes virtuales de expertos en gestión costera puede enriquecer el intercambio de conocimientos y estrategias. La protección de nuestras playas no es solo una responsabilidad técnica, sino un compromiso colectivo para garantizar que estas áreas vitales sigan desempeñando su papel esencial en los ecosistemas y las comunidades humanas.
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