Autor: Azaroff, Gabriel/ Regata Científica segunda edición 2024, embarcación Cruz del Sur.
En
un mundo cada vez más urbanizado y afectado por los impactos del cambio
climático, las playas enfrentan desafíos sin precedentes. La degradación de
estos espacios naturales, esenciales para la biodiversidad y el bienestar
humano, ha alcanzado niveles alarmantes. Ejemplos como playas que solo son
accesibles mediante largas escaleras, excluyendo a personas mayores o con
discapacidad, o aquellas con transporte público insuficiente y carreteras en
mal estado, muestran la importancia de atender criterios claros para su
evaluación y gestión. Adicionalmente, la contaminación, la erosión costera y la
ausencia de servicios adecuados, como estacionamientos públicos y accesibles,
reflejan la necesidad urgente de acciones coordinadas para preservar estos
ecosistemas.
A
pesar de este panorama desalentador, existen razones para la esperanza. El uso
de criterios predefinidos para la evaluación de playas permite comparaciones
objetivas y confiables. Indicadores como la accesibilidad total mediante
caminos libres de barreras, la disponibilidad de transporte diversificado con
horarios frecuentes, y la existencia de infraestructura adecuada para
bicicletas y peatones destacan como pasos fundamentales hacia la
sostenibilidad. En términos de valor escénico, playas con alta cobertura
vegetal, aguas claras y líneas de horizonte sin obstrucciones representan
ejemplos positivos de cómo una gestión adecuada puede beneficiar tanto a los
usuarios como al entorno natural.
Sin embargo, persisten vacíos significativos en
la aplicación de estos criterios. La capacidad de carga es uno de los aspectos
más problemáticos; mientras que condiciones ideales sugieren más de ocho metros
cuadrados por usuario, muchas playas saturadas ofrecen menos de cuatro,
generando incomodidad y riesgos. Asimismo, la seguridad es una preocupación
recurrente: playas sin socorristas permanentes, con señalización inadecuada
sobre riesgos como corrientes RIP o acantilados peligrosos, son un ejemplo de
áreas donde las mejoras son necesarias. Estas deficiencias, junto con la
ausencia de instalaciones como duchas, rampas para discapacitados y espacios
recreativos, limitan la efectividad de los esfuerzos de conservación.
Para
abordar estos vacíos, la educación no formal emerge como una herramienta clave.
Talleres, cursos especializados y programas de sensibilización pueden empoderar
a las comunidades locales y los tomadores de decisiones, fomentando una gestión
costera basada en evidencias. Es fundamental promover la investigación
participativa, donde expertos y habitantes trabajen juntos para recopilar datos
sobre indicadores como el estado de las dunas o la vulnerabilidad a la erosión.
Iniciativas como la restauración de dunas y manglares, la implementación de
arrecifes artificiales y la reducción de superficies impermeables también
pueden ayudar a aumentar la resiliencia de las playas. Estas acciones no solo
contribuyen a la protección costera, sino que refuerzan los lazos entre las
personas y sus entornos naturales.
Para superar estos desafíos, es crucial adoptar soluciones integrales. La educación no formal emerge como una herramienta poderosa para movilizar a las comunidades locales y fomentar la participación activa de los usuarios. Talleres comunitarios y programas educativos pueden enseñar el uso de tecnologías como drones y sistemas de información geográfica para monitorear aspectos clave como la calidad del agua, la infraestructura y la capacidad de carga. Además, implementar campañas de sensibilización sobre la importancia de respetar los ecosistemas costeros y promover el transporte sostenible puede generar un cambio positivo en la forma en que se perciben y gestionan las playas.
En última instancia, la acción es imprescindible. La gestión efectiva de playas no solo depende de expertos capacitados, sino también de ciudadanos comprometidos e informados. Es fundamental promover la participación en redes colaborativas que impulsen el intercambio de conocimientos y la implementación de buenas prácticas. Proteger nuestras playas es una responsabilidad compartida que exige esfuerzos constantes para garantizar que sigan siendo espacios de vida, recreación y biodiversidad para las generaciones presentes y futuras. Desde CIF Playas tenemos cursos orientados a esta temática como: “Evaluación de gestión de playas”.
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